lunes, 16 de marzo de 2015

Creatures Club



Ulular… ulular… luuuuuu… laaar.

Quien sea capaz de seguir ululando mientras lee ¡que siga!, quien no…. Que se centre ya de una vez.

Dedicar lo que dura un susto a evocar al gobernante reptiliano de ‘Conan el Bárbaro’, los mordiscos que pegaban los Critters, la ardiente y perturbadora sexualidad del Pato Howard, los gritos de Sloth… ¿Qué os provocan? ¿Qué pasa cuando Gollum alienta nuestro cogote en busca de respuestas? ¿Eres capaz de sostener la mirada a G'mork mejor que Atreyu? ¿Qué hay en aquel huevo abandonado y mohoso del fondo? No te acojones. Es sólo un juego.
Este artículo es para todos aquellos que disfrutan de ese vértigo ‘nerd’ que nos hace sentir la vida como criaturas que somos… y temen a otras. No nos creamos más que los humanoides, los monstruos, los gigantes, los robots, los reptiles, los Aliens, o Pierce Brosnan, las crías humanas también tienen extremidades difíciles de aceptar. No somos de látex, pero sí somos criaturas… y damos miedo.

Elegir vuestro propio génesis freak con el viaje a través del miedo que propone la Bomba Atónita esta semana. Nuestros analistas han trabajado noche y noche, para que cada cual pueda dar con el origen de su asombro.

Comencemos nuestro recorrido hacia la atonización primigenia del ser en los setenta, cuando Carrie sufría su menstruación en silencio, los padres de Damien creían en el poder de una buena educación, en la habitación de Reagan había calefacción y Jamie Lee Curtis compartía peluquero con Farrah Fawcett . A estos personajes les unía un aire malsano que sinuosamente iba arruinando sus mundos. Sus existencias en si mismas eran entrañables, se planteaban un futuro de lo más optimista, pero por causas ajenas, les tocó una vida horrible. Más o menos como la que supuso la crisis en España para los nacidos en los ochenta, pero con elementos aún más sobrenaturales.
En el 79, todo este ambiente cargado que venía arrastrando la década, alcanzó su cúspide cuando la Nostromo se vio invadida por una de las criaturas angulares del terror mundial: el Xenomorfo, y tras él, la invasión de caracterizaciones, alambres, y chorretones que todos los treintañeros con exoesqueleto de metal aún recordamos.

Así fue como comenzó la era dorada de las carátulas. Habrá división de opiniones sobre la calidad del cine fantástico de por aquel entonces, pero nadie puede dudar de toda la diversión que la oscuridad era capaz de emanar. Las criaturas siempre sonreían cómplices a su público. Ya sea saliendo de un váter, asomándose por una puerta o comiéndose a un niño, algo había en ellas que nos incitaba a acercarnos. En ocasiones, ni siquiera nos hacía falta ver la película, una caja gorda de plástico con una buena carátula ya nos tenía cachondos todo el día. Sonreír temblando era una práctica común entre los niños de la época, aunque por la noche las pesadillas fueran negras como el sobaco de un Ghoulie. 


 En los ochenta, ni los vampiros guaperas eran capaces de resistirse a una transformación como dios manda, la fantasía vivía en una orgía continua, y hasta los traumas existenciales de ‘D.A.R.Y.L’ o el niño de ‘El Vuelo del Navegante’ estimulaban nuestro espíritu aventurero, construir una nave en el sótano era algo al alcance de cualquiera, ni siquiera recuerdo porque coño no acabe la mía.

¡Sácame de los 90 por favor!
En los 90 todo era más desgarrador, y más porque sí. Al cine de terror le faltaban razones de ser, nadie sabía dónde meterse, como pasó con la música, había muchas ganas de hacer ruido, destrozando todo lo que se pillará por medio. Las suplantaciones de identidad, los cuchillos y otras historias de dudosa reputación Slasher estaban a la orden del día. Desde ‘Scream’, a ‘La mano que mece la cuna’, había porquería de sobra para saber lo que hicisteis en la última película… y lo que haríais en la siguiente.
‘Misery’ y ‘El Sexto Sentido’ supusieron dos soplos de aire fresco en este despropósito noventero, que optó por la mala uva gratuita y las frustraciones de perturbados poco carismáticos como excusa sangrienta para hacer caja.

Al final, salvando la cantidad ingente de remakes y homenajes que estaban por asolar nuestras retinas, ‘La Bruja de Blair’ abrió la veda a una pulsión cinematográfica que aprieta pero no ahoga ‘La autoreferencia’, una nueva manera de volver original un discurso muuuy manido, que tras infinitas evoluciones, toco techo con ‘La Cabaña en el Bosque’, un ejemplo claro de que el cine fantástico entretiene mucho cuando deja de tomarse en serio a sí mismo.

Las franquicias de criaturas se perdieron en algún punto entre Freddy y Jason, la despersonalización Zombie, y los vampiros sin alma se volvieron legión. Asistimos a la maraña psicológica de películas japonesas, y pasillos largos (nunca tanto como los de ‘El resplandor’), para arramplar en las películas de cuevas y el recordatorio de que si hay que temer algo, sin duda es a lo humano.

En los diez, o como queráis llamar a esta década extraña y presente que nos contiene, se ha puesto de moda una forma de atonización diferente, a la que denominaremos "Terror Febril". ‘Mártires’, ‘Déjame entrar’ o ‘Anticristo’, fueron grandes pilares a los que agarrarse para entender como la muerte como sentimiento estético y la violencia psicológica como forma de vida se han erguido hoy en día como el santo y seña de la oscuridad. Actualmente, lo fantástico juega con el asombro de las náuseas que provocan la fría exquisitez de ‘Hannibal’, o las espeluznantes paradojas tecnológicas de ‘Black Mirror’. El terror está al alcance de cualquiera tanto en universos hipotéticos como en la casa de enfrente, es difícil de reconocer, pero hay mucho miedo a uno mismo, por eso yo me he apuntado a yoga.

¿A que se va a apuntar usted?