¡Edward G Robinson ha vuelto! Lleva
gafas, un mapache cosido al pecho, tiene menos de 12 años, se llama Sam
Shakosky, y la vanidosa sinceridad de su carácter, es lo más atormentado que ha
parido el celuloide en los últimos diez años. ‘Moonrise Kingdom’ es grande por sí
sola, pero Shakosky la hace imprescindible. No hay duda. Ese niño es cine puro.
No interesa hablar del actor, nadie quiere ver un niño de Hollywood bien
avenido después de pasar un rato con Sam, sería una falta de respeto al
personaje.
Claro que Sam no está sólo, le
acompañan Suzy, el Jefe Scout Ward, el primo Ben, el Comandante Pierce, ‘Ojo
vago’, Lionel, el resto de niños, servicios sociales, el narrador, los señores
Bishop, y Bruce Willis, que a diferencia del resto de personajes le hemos visto
en más películas, pero se le quiere igual.
Anderson mantiene sus premisas
estilísticas, simétricas y argumentales a una distancia prudencial de la ‘atonización’
que le han producido variaciones argumentales del calibre de ‘La fuga de
alcatraz’, ‘La huída’, ‘Memorias de África’, ‘Rambo’, ‘Bonnie and Clyde’, Tati,
‘La familia Monster’, Tex Avery y el espíritu ‘Cartoon’, Kubrick, Bogart, ‘La
guerra de los botones’, el cinexin, y el resto de su propia filmografía. Referencias
que se mantienen a una distancia similar a la del cigarro del Jefe Scout Ward.
Estos referentes como en todo gran autor, son una debilidad que condiciona el
conjunto sin cuestionar su originalidad. O lo que es lo mismo: Anderson
rebautiza todo lo que le gusta haciendo que evolucione tal y como pueden
haberlo hecho Tarantino, Spielberg, Allen, Scorsese y algún que otro
principiante, convirtiendo lo ajeno en algo propio.
A esto hay que añadir los
juguetes que el universo ‘post-tenenbaum’
trajo consigo, aquí están todos y se utilizan sabiamente enriqueciendo
elementos ya consagrados en los primeros films del tejano. Hablamos de los
thrillers cotidianos, la importancia de las palabras, las descripciones de
lugar y esa esterilización de emociones que permite a Mr. Anderson describir las
acciones de una forma tan magistralmente sencilla.
Partiendo de todos estos elementos, el
director deja salir a flote sus sentimientos infantiles, y convierte a sus
héroes en el reflejo de todo lo que no se debe hacer para alcanzar la
frustración de sus personajes adultos. Y ahí tenemos la película.
Para no aburrir, no hablaré de lo
sublime que me ha parecido la presentación del campamento, ni de la maestra utilización
del zoom technicoloriense, ni de lo bien que sintoniza el barroquismo de Henry
Purcell en una casa de muñecas, ni de cómo el Bill Murray ‘post translation’ (el
‘cazafantasmero’ se quedo en Rushmore) ha aprendido a agredir a la gente de
forma más graciosa en cada película. Quien quiera comprobar cómo las bombas atónitas
pueblan las galaxias cinematográficas que realmente merecen la pena, que se
vaya al cine, y olvide durante un rato todo aquello que no le 'atonize' de forma
tan directa y apabullante como es capaz de hacerlo un amante de la pana y la
simetría capaz de hacer joyas como ‘Moonrise Kingdom’.
I like it!
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